sábado, 28 de abril de 2012

Quemazón

   Un cronopio, de tanto saltar y saltar, se sienta a reposar -cosa rara- y decide tomarse un baño -cosa más rara todavía. Corre por el pasillo, rasga esa tela larga que lo viste, se desnuda, toma el jabón de jazmín -por que le gusta perfumarse aunque no lo crean- y se mete a la ducha.
   Contento, ese cronopio, abre apresurado las llaves de agua. Primero una, la derecha y el agua helada hace que sus feos pelos marrones se ericen. Se frustra, junta sus manecitas medio aterrado pero no se enoja. Luego la otra, de a poquito, para no quemarse y más rápido despues... y ¡zas! sale hirviendo, llena de vapor la maldita.
   El cronopio brinca de susto, todo quemado, chilla, se sostiene de la cortina y cae golpeando su gigante cabeza sobre el borde del orinal. Y ocurre el peor suceso de un cronopio.
   Roja sangre ahora brota de él, de su cabeza, tiñiendo de rojo oscuro su verde y brillante piel.
   Pobre cronopio, medio inconciente y medio vivo, intenta gritar y llamar a su vecino fama... pero es inútil. Nadie viene a socorrerlo. Se escuchan desde la cocina sus chillidos sordos de dolor, por la quema y el golpazo.
   Rueda por el suelo, como jugando a que era pintor y pintaba con su cuerpo, aún muriendo juega ese cronopio.
   Y llega la hora. Solo se esfuerza por escribir su nombre -que tanto le gustaba- sobre el cerámico, con esa sangre, como la lápida de la tumba donde pronto perecerá.
   Tambalea su cabeza, cierra los ojos y finge estar dormido. Y duerme al fin, o eso cree él, con la esperanza de capaz despertar...
   — Ay, ay, ay, pobre cronopio! —dicen sus vecinos famas al enterarse de la tragedia, sujetando sus cabezas.
   —Al fin podremos descansar de los ruidos molestos —susurran otros con muecas de alegría.
   Y es que los cronopios son así, propensos a la muerte los pobrecitos.

sábado, 31 de marzo de 2012

Sueño breve

   Soñé... que te abrazaba, sentados bajo un árbol, enamorados creo que estabamos.
   Sentía tu frezcura de menta, tocaba tu suave piel, acariciaba ese cabello lasio que tenías y... luego un olor espantoso, si, provenía de tí, a heces precisamente.
   En segundos, fuimos invadidos por una muchedumbre de moscas que venían por tí, tú las atraías. Sentí celos por un momento. Eran mutantes creo y comenzaron a picarnos.
   —Diablos —dijimos en coro mientras ellas nos invadían, sacudiendo los brazos para espantarlas.
   —A ver si para la próxima te bañas —dije golpeando tu cabeza bastante enojado.
   Y corrimos en direcciones opuestas, y tuve que tirarme a un río para alejarme de ellas, y... desperté.

   Abrí los ojos, y ví como una mosca molesta volaba desde la punta de mi nariz.

jueves, 29 de marzo de 2012

Festín de venganza

   Que mas da… lo confieso, si, fui yo. Fui yo el que apretó los dientes contra su mejilla, atravesando su carne y dejándolo desangrar borracho en la alfombra de la sala.
   No me arrepiento en lo absoluto, pues además debo confesar que el sabor de su carne y el dulzor de su sangre saciaron mi sed y hambre al punto de querer masticar hasta lo más insólito de su cuerpo.
   ¿Cambiaba en algo uno, dos o tres mordiscos? Era obvio que ya muerto, no había razón alguna para dejar su cadáver estéticamente lindo… después de todo sería alimento de gusanos que al fin y al cabo también se lo comerían.
   Sin pensarlo más mordí en tres bocados su oreja, cubierta de cartílago que no me agrado demasiado, más tenía muchas ganas de comerlo y seguí luego por el mentón intentando que mis dientes arrancarán toda la carne del hueso mientras mi lengua y mis labios absorbían la sangre casi como la salsa en que se embebía tan jugoso manjar de carne.

   Sé que te asquea mi relato, mas debo decirte que mi estomago no se detuvo en ningún momento recibiendo gloriosa la carne fresca de mi mejor amigo.
   A pues si, no les he contado. Seguramente se preguntarán mis razones para mis actos.
   Pues bien, odiaba que Raúl se comiera mis presas preferidas del asado del domingo, el muy idiota me dejaba sobras y por mucho que comiera no engordaba ni un kilo el muy infeliz.  Mi plan perfecto, emborracharlo con vino y pastillas de dormir mientras degustábamos la carne asada recién preparada y luego matarlo a puñaladas con el cuchillo de asador que tanto le gustaba.

   Y así, hice parte del plan, lo emborraché. No demoró mucho en caer inconsciente sobre el plato sobre el que comía. Lo tomé del pelo y con furia lo aventé sobre el piso del comedor, y ya desde allí se veía muy apetitoso. Cubierto del vino tinto que se había derramado sobre su nuca y mejillas, y arrastrándolo hacia la sala decidí acabar con su vida. Lo apuñalé un par de veces y… no se espanten! Es que lamí el cuchillo ensangrentado, y sabía rico y me agradaba. Y así, quise darle una probadita a su vistosa carne que se me antojaba.
   Que mejor muerte para un comilón, que devorárselo a él mismo por haber pecado de gula toda su vida. Y bueno, ya saben esa parte del relato… lo mordí y lo mordí sin cesar.
   —Ay Raúl, ay Raúl —dije mientras lamía cuidadosamente su cuerpo que se desangraba por doquier— después de todo sí que sirvió para algo haberte comido todos mis platos preferidos, te ha dado un toque exquisito…

   Vi sus ojos, verdes opacos, traslúcidos, llenos de miedo, de nostalgia y apatía… Me acerqué, y con ayuda de mis uñas y dedos pude levemente retirar el ojo, y lo tiré para que saliera de su escondite y… luego de intentos desenfrenados lo tuve en mis manos, gelatinoso, blandito al tacto. Me lo metí sin dudar a la boca, lo saboreé, le di un par de mascadas, y… no era lo que pensaba, que horroroso sabor. Lo escupí con desagrado sobre el suelo, y limpié las sobras de mi lengua con la camisa blanca del pobre Raúl.

   Pues así, mordí, mastiqué y comí cada pedazo de su cuerpo que consideraba apetitoso, habían zonas desagradables y otras que me las hubiese repetido si no fuera por que solo había una porción de aquello.

   Y bien, me detuve a meditar lo que estaba haciendo, mejor dicho... a reposar y dejar a mi estomago digerir todo lo que había ingerido.

   Sonó el timbre al rato, no supe que hacer, me limpié la boca desesperadamente con la camisa blanca del difunto… limpié mis manos, mi cuello, mis rostro entero, todo estaba bañado en sangre espesa y rojiza.

   Me dirigí a la puerta... la abrí.
   —Hola —dije tembloroso— ¿Qué necesitas?
   —Vengo por Raúl —explicó ella; una joven delgada de cabello castaño— iremos al cine a ver una película maravillosa.
   —Pues… —dije nervioso— él se ha marchado a… no sé dónde.
   —¿Cómo que se marchó? —dijo ella estupefacta— yo soy su novia, y me lo hubiera dicho.

   Mientras ella me miraba desenfocada, yo nervioso y sudoroso razonaba como podría confesarle la verdad, que le diría, que inventaría, y…
   —Lamento darte esta noticia —dije sobreactuando una expresión de tristeza— pero acabo de llegar y a Raúl lo acaban de mutilar unos roedores de esos que son muy feroces.
   Supe enseguida que mi relato no la convencería.
   —¿Qué? —dijo ella espantada— y corrió hacia la sala para ver que ocurría.

   Llegué tras ella... corriendo hacia la sala.
   —No debes ver esto —le dije fingiendo compasión.
   La vi parada sobre el cadáver por unos segundos, y luego desvanecerse desmayada sobre la sala ensangrentada. Se veía muy bella, ahí, junto a su amado…
   Me agache, lamí del suelo esa sangre que poco a poco coagulaba, y la pasé por el cuerpo de la chica, pálida, esbelta, la sangre de Raúl era una perfecta salsa para darle una probadita a ella.
   Mi estomago chillaba al ver esa escena, me incitaba a que le siguiera dando de comer a mi cuerpo.
   La desvestí rasgando su ropa, y la hice rodar sobre la laguna de sangre, la embebí en esa salsa, y comencé nuevamente a rebanar con mis dientes cada porción de carne de su cuerpo…

sábado, 17 de marzo de 2012

Escenas de desamor

Dos de esos que deberían estar juntos, se encuentran en un café...

—¿Me amas Jake? —pregunta ella alterada— Dime que me amas maldito...
—No Mary —contesta él desconcertado— no sé si en realidad te amo.
Ella corre desconsolada moviendo su cabello y derramando lluvia de lágrimas.
Él va tras ella arrepentido suplicando perdón, ya que en realidad si era amor lo que sentía.
Ella se detiene sobre un árbol.
Él la toma de los hombros.
Ella gira la cabeza, le mira sus ojos.
Él le sonríe y le seca sus lágrimas.
Ella baja su cabeza sintiéndose apenada.
Él le levanta el mentón con sus dedos.
Ella lo mira.
Él la mira.
Él le dice: —Te amo.
Ella dice: —Yo ya no. Y se va caminando por la avenida rumbo a no sé donde...
Él regresa al café, disuelve sobre su bebida un gran puñado de diversas píldoras y mientras lo bebe angustiado, culpa al destino por haber planificado mal las cosas...
Ella llega a su casa, duerme relajada y despierta al día siguiente.
Él regresa a la suya, cae sobre la alfombra del comedor y jamás despierta.

Se oscurece la pantalla, se encienden las luces, la gente murmura decepcionada y ¡zas!... fin de la película.

sábado, 10 de marzo de 2012

El amor aveces asfixia

   Tan lindo él, el héroe de mi película favorita. El que besa con tanta pasión, que me hace babear de exitación y deseo.
  Y quise probarle, dándole un par de lamidas a la pantalla de la Tv, recibiendo cierta estática de su pasión masculina tal vez, que se transportaba por mi cuerpo.
   No quise dejar de verlo, de escuchar su sensual voz. Y decidí dormir, para soñar con él, con que me besaba, y que rodaba sus dulces dedos sobre mi piel.
   Y si, el sueño me venció al rato, y ya lo veía robusto a lo lejos, de barba sutil, y con su hermosa cabellera parda. Y corrí entre sueños, para encontrarlo y tocarlo, para sentir que se siente sentirlo.

   Corrí incansablemente, llena de deseo.... y todo se empezó a nublar....

   Me desperté, ahogada, atorada de mi propia saliva. Había derramado demasiada baba. No me había podido besar. Maldito fluido que no me dejó continuar mi fantasía!
   Furiosa decidí volver a dormir, pero era demasiada la amargura, y la inevitable idea de haberme perdido ese momento no me dejaba siquiera cerrar los ojos.
   No podía quedarme así, la idea del sueño se disiparía, y quería besarlo, oh por dios siiii!, quería besarlo. Me levanté, acelerada, buscando sobre mi mesita de luz mis pastillas para dormir.
   No me despertaría nada esta vez! Tomé la caja que contenía unas seis pastillas y las ingerí apresuradamente. Ahora si, podría dormir tranquila y soñar con él toda la noche.

   Caí dormida sin esfuerzo. Y ahí estaba, sentado sobre una banca en una plaza de verdes arboles.
   Lucía un atuendo deportivo, una playera color turquesa levemente sudada, que combinaba notoriamente con el celeste claro de mi camisón de dormir.
   Me sentí una princesa en busca de su caballero, que deportivamente reposaba sin aliento sobre la banca del parque donde estabamos destinados a encontrarnos.
   No dudé, me acerqué tratando de seducirlo con mi caminar y mi cabellera enrulada que se movía con el viento.
   Me miró, y oh dios, me derretí con su mirada sensual; me invitaba, me pedía a gritos que fuera suya.
   Me senté a su lado, ya casi sonrojada. Me tomó de la mejilla y me observó varios segundos a los ojos. Era él, cada detalle estaba ahí, su lunar pequeño junto a su boca y sus rudas cicatrices en la mejilla.
   No pude resistir la tentación, y deslicé mi mano sobre él, toqué su suave bigote y sus delicados labios rojizos.
   Con delicadeza, sacó mi mano de sus labios y en total silencio los acercó lentamente a los mios. La adrenalina era increíble, su perfume me hipnotizaba. Se detuvo a dos centímetros, y pasó su lengua por mis labios.
   Que seductor era! De manera precipitada juntó sus labios con los mios. Vi como cerraba los ojos, y cerré también los mios. Mi lengua se entrelazó con la suya, y pude sentir el sabor a menta que provenía de su boca.
   Era increíble el placer, realmente besaba muy bien.
   Viajé por un segundo a algún planeta lejano junto a él, me sentía flotando en el universo. Ya casi eramos uno, mi boca no se separaba ni un instante de la suya.
   Comencé a oír levemente notas musicales, de esas que cantan en los cuentos de hadas, y que te hacen erizar la piel.
   Era mágico. Y era tan real para ser un sueño, era tan real sentir su boca y como su lengua y su saliva daban vueltas entre su boca y la mía.
   Dios! Creo que me sentía muy emocionada, mi cuerpo empezaba a calentarse bruscamente, mi corazón se sentía como un tambor enloquecido queriendo explotar.
   Y luego de la seducción todo se volvió gris por un momento.
   Abrí los ojos algo angustiada, algo malo estaba ocurriendo, intenté separarme de sus labios y me era imposible lograrlo.
   Usé mis brazos, para tratar de empujarlo, mi cuerpo sudaba, ya no de exitación sino de miedo. No había caso, él pasional y decidido estaba inmóvil como piedra pegado a mis labios moviéndolos de lado a lado.
   Que horrenda sensación! Empecé a sentir como su saliva se deslizaba sobre mi boca y caía impetuosamente sobre mi garganta. Quería toser, separarme, pero no, el pegamento del deseo me unía poderosamente a mi amor de la ficción.
   Ya no podía hacer nada, era demasiada la saliva que secretábamos. Desee despertar enormemente, pues así era en los sueños, cuando algo malo ocurría solo era cuestión de despertar y reírse y volver a dormir.
   Mas no, esta ocasión no fue así. Lo vi a él nublado, desenfocado y sentí como poco a poco mi cuerpo se paralizaba y mi corazón que palpitaba por su amor, ahora cesaba a cada segundo. Y fue mi último beso.

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    —¿Qué sucedió doctor? —preguntó el detective Fulanito, mientras observaba el cadaver de la mujer— ¿Fue robo?, ¿encontraron pistas de violación?.
    —Nada de eso —dijo el Dr. No se cuanto—  la chica ingirió pastillas para dormir y la autopsia muestra que murió asfixiada por exceso de saliva que fue secretada mientras dormía.
    —Debió haber tenido un sueño muy sabroso, Jajajajaja —dijo Fulanito riendo a carcajadas.
    —Fue una muerte horrenda y muy tonta —concluyó el doctor— de eso no hay duda.

martes, 21 de febrero de 2012

El gato enamorado

    Clarisa terminaba de redactar su artículo para la facultad, y para pasar el aburrimiento, sacó lo necesario y prendió un cigarrillo mientras se asomaba a la ventana. Y vio al gato negro, que rompía la basura que acababa de sacar, y que tormentosamente lo hacía de manera rutinaria. Ya lo había encontrado en dos ocasiones husmeando en su cuarto, y era tanta la repulsión hacia él, que lo ahuyentaba con gritos de espanto y odio. No dudó ni un segundo y agarró la escoba para perseguirlo y hacerlo trizas, literalmente.
    Abrió la puerta que daba hacia la calle, y con escoba en mano, se acercó de forma brutal al felino, que se alimentaba gozosamente de las sobras que la bolsa negra contenía en su interior. Pero, seguramente a base de sentidos totalmente agudizados, el animal negro salió corriendo al ver a la mujer rubia de rulos furiosos que se acercaba con prisa. Clarisa no pudo siquiera tocarle un pelo, fue fugaz el escape del felino, y recorrió casas y saltó paredes para refugiarse de la intrépida mujer que le prohibía alimentarse.
    Ya estaba cansada del infeliz gato, que parecía que le encantaba provocar y jugar a las escondidas. Se metió a su hogar, y se olvidó del asunto tomándose una siesta.

    Horas después despertó... ya se hacía tarde, en tres horas tendría una cita con Federico, el galán del pueblo de ojos extremadamente cautivadores, al que solo conocía hace unas semanas y estaba perdidamente enamorada. Decidió seleccionar el mejor conjunto para conquistar a su amor; dejó planchado un hermoso vestido rojo pasión con escote amplio y seductor, unas sandalias blancas con rosas rojas de decoración y una hermosa blusa rosa pálido. Y fue a bañarse y a tratar su hermoso cabello que necesitaba unos toques de tintura.
   Regresó mas tarde, luego de su baño, secando su cabello, intrépida, desnuda, mirando ansioso su vestido que luciría para su gran amor. Y fue hacia la mesada junto a un gigante espejo, y miro sonriente el colgante que su amor le había regalado, brillaba el oro que lo cubría, y el precioso corazón floreado que contenía de adorno. Se dirigió emocionada a la cama y se colocó el vestido esbelto, ceñido, a su medida y calzó las hermosas sandalias en sus pálidos y delicados pies.

   Solo faltaba una hora, y debía estar perfecta, pensaba mientras sacaba diversos maquillajes que aplicó sobre su boca, ojos y mejilla. Y se sentía una diosa, la más bella y afortunada mujer de todo el pueblo.
Sonriente fue a mirarse al gran espejo, y dios...... que espanto. Junto al espejo, sobre la mesada de joyas estaba el intrépido gato, desafiante,  mirándola con envidia. Clarisa lo miró con furia y casi como un reflejo, lo espantó con gritos amenazadores. El gato, tomó con su mandíbula el colgante de la mujer y salió escapando por la ventana de la cocina.
   Clarisa estaba espantada, y casi shockeada intentando mantener la calma, tomó las llaves, miró el reloj y furiosa se marchó por la puerta en búsqueda del maldito gato que la desafiaba y obviamente en búsqueda del colgante, que sin lugar a dudas, debía recuperar con urgencia.
    Lo vislumbró al finalizar la cuadra, estaba sentado mirándola desde allí, deseoso de ser perseguido.
    Y no dudó, fue automático, comenzó a correr al animal que como una pluma saltaba y se deslizaba juguetón sobre la vereda de la cuadra. Que angustia la invadió en ese momento, ese gato maldito la haría llegar tarde a su privilegiada cita, y estaba demasiado enfadada. Y seguía corriendo, y corriendo... y corriendo.

    Después de varias cuadras, el gato se desvió a un estrecho callejón. Clarisa se detuvo y miró temerosa, pero no dudó, quería recuperar su joya y masacrar al maldito gato, y caminó por el angosto callejón esquivando las telarañas y muchas palomas muertas.
    El audaz gato la miraba parado sobre un tronco, invitándola a capturarlo, emitió un maullido y se deslizó hacia un baúl que se encontraba en el piso y soltó de sus mandíbulas el colgante, dejándolo caer dentro de él. Clarisa furiosamente corrió hacia el encuentro del gato... a pocos metros, este saltó a una columna de hierro antes de que esta pudiera alcanzarlo... y no le importaba, ya tendría oportunidad de mutilar al horrible gato negro.
    Se arrodilló en busca de su tesoro, y asomó la vista sobre el baúl lleno de liquido rojizo pálido, y vislumbró a su preciado colgante al fondo, y casi con asco sumergió su brazo completamente en el baúl.
    Su brazo se paralizó por un segundo, y sintió al gato negro que caía sobre su espalda y le arañaba la nuca, y gritaba, gritaba, temblaba de miedo, mientras pequeñas gotas de su sangre caían al baúl.... y luego silencio y todo se tornó gris y ya no veía colores, y vio su cuerpo bajo las pezuñas del gato que ahora eran suyas y corrió asustada casi con un instinto animal a la columna de hierro a lo alto. Y vio en tonos grises como su cuerpo se levantaba shockeado, balanceando sus risos rubios y sacaba el colgante del baúl y se lo colocaba sobre su cuello mientras caminaba por el callejón hacia la calle.

    El hechizo había resultado, al menos hasta media noche. Ahora el gato negro, se dirigía con caminata torpe a su cita tan deseada por años, a su anhelo, a su obsesión, con su precioso vestido rojo para incendiar de pasión a su amado y el colgante de oro que descansaba sobre su pecho. Y clarisa lo miraba desde lo alto, con su pelaje negro, sus ojos turbios y su elegante bigote... y no comprendía nada de lo que sucedía.

Los gatos también se enamoran, y sueñan con ser humanos, y ser deseados por todo hombre.