lunes, 12 de diciembre de 2011

Corazón de hielo

   Eran dos hermosos meses de verse todos los días y tirarse besos a través de la pantalla de sus computadores, teniendo una relación de amor demasiado linda y perfecta. Y compartían el mismo continente, pero era muy lejana la distancia.
   Y él, en un extremo del mundo, un ser oscuro, que ama de a ratos y por otros se aburre, ser que ama aveces a mas de una persona, ser que se enamora de personajes ficticios de las películas, ser que casi no siente y que daña sin compasión... si, un ser de la tragedia, casi sádica su personalidad. Pero pues, no podía evitarlo... así era su vida: un electrocardiograma anímico... ¿bipolar? puf, esa etiqueta le quedaba corta.
   Luego de tener muchas charlas cursis y melosas con su amado que era pura bondad y cariño, un día de esos tomó una daga y no tuvo ningún temor al decir las palabras... "ya no te amo mas".
   Y aunque para él fue muy fácil... su amor bondadoso se retorcía como un gusano al otro lado del mundo, su corazón se volvió una lluvia de cristales rotos esparcidos en el suelo, lagrimas que eran casi lluvia caían sobre el rostro de su amado sin parar. Vagamente él se despedía sin culpa, mas su amado lo hacía agitado de la angustia casi no queriéndolo hacer, con una mano en su pecho intentando detener la hemorragia que no paraba de fluir.
   ¿Que hacía esa alma negra?, ¿no vio acaso que su amor se moría al otro lado?, ¿tan ciego y egoísta era?, ¿tan vacío era su corazón?, ¿tan fría y oscura era su alma?. Y pues parece que lo era... es aún hoy, un hielo rígido y helado.
   Ni siquiera imaginó la tormenta que sufría su amado, como se consumía al ser devastado por aquél que no tiene sentimiento alguno y sin previo aviso aventó un cuchillo sobre su pecho.

   Él, el egoísta frío y oscuro, luego de terminar el acto horroroso sobre su amado, se recostó sobre su cama con total tranquilidad para dormir y soñó con él, con su victima... allí podía verlo, herido, atormentado, con un rostro opaco y pálido casi al punto del suicidio... debo decir que su sueño era casi un espejo de la realidad. 

   Si, hielo era el pobrecito... pero pasaban los días y el corazón reclamaba lo que su mente perversa había hecho... era un mar de contradicciones su cabeza. Y pues sí, lo extrañaba demasiado y le era inevitable mirar sus fotos y recordarlo tan tierno como era.... y pensaba en como hizo lo que hizo, no podía creer su punto de crueldad, tal vez -pensaba- era una especie de reencarnación del demonio. Que espantoso error había cometido, y ya no tenía vuelta atrás.
   Era extraño, ya que como hielo lo apuñaló y ahora se volvía agua en su ausencia... y sus días eran solo llantos y lamentos, nada podía quitar su amargura. Ni siquiera tenía valor para terminar con su vida, era así de oscuro para pensarlo y cobarde para hacerlo.
   Su vida no tenía sentido, no volvería a amar jamás... pues como ángel de la tragedia solo servía para conquistar y luego matar. Ya debía terminar con eso... y solo acabaría dejando de amar.

   Pasaron los días... cada uno mas amargo que el anterior... y pasaron.... y pasaron...

   Ya pues, su amor vuelve mucho tiempo después, como enamorado y tierno que es... queriendo saber de él, de su vida, sintiendo curiosidad de que tan feliz se encuentra, extrañándolo vuelve moribundo a entablar cariñoso diálogo con el asesino de su corazón. Y aclara ya no querer amarlo, ya no más.. ya no quiere ser lastimado por el ángel maligno que trató de matarlo una vez. Pero afirma, que aunque teme su amor, lo quiere mucho a él... y no quiere perderlo, y ahora planifica una amistad, con ese ser horrendo y sin alma que solo pidió disculpas y ahora dice amarlo eternamente... casi como jugando, pero dice ahora ser verdad.

   Ese ser oscuro sembró la maldad, y ahora su amado teme volver a enamorarse. Y pues, aunque sea mucho el arrepentimiento, ya está hecho y el miedo será muy difícil de sanar.

   Es pues un cuento de bondad y tragedia... y aunque eran personas distintas, con tal antagonismo, ambas se pudieron enamorar.

Nada más puro, que un ser que quiere... aún al que le hace daño. 
Y pues, así es el amor, tan puro, que te hace amar hasta a la más horrenda persona al otro lado del mundo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

La sortija de origami

   Él, radiante sentado en su sillón tapizado de cuero, con su sortija de origami recién armada. Era perfecta para el diámetro de su dedo, con un aro grisáceo y una perla simulada color rojo, que le gustaba pensar que era un rubí. Y esperaba ansioso que su amor le propusiera matrimonio o... alguna de esas cosas muy cursis, para entregarle una copia idéntica que tenía reservada.
   Había un detalle... no podía mencionar el nombre de su objeto de amor, o sería lapidado o hasta quemado en la hoguera.  Debía guardarse todo su anhelo y enamoramiento en su propio silencio y tal vez... solo mencionárselo a las flores que considere más discretas. Ni siquiera podría decir de que especie era, no era conveniente ni siquiera afirmar que era humano.
   Todo el mundo lo observaba, cuando locamente, lo veían pasearse con su sortija de papel en el dedo por todos lados, y lo llamaban el loco del origami, ya que, ciertamente, sabía hacer varios diseños con el arte del plegado de papel. Pero no le importaba, y escuchaba, según él, como los pájaros alentaban su búsqueda y espera a que su gran amor llegara... y así hacer entrega de su sortija del amor y cumplir todos sus añorados sueños.

   Cuando caminaba por la ciudad, podía ver a su objeto de amor reposado sobre el mismo árbol de verde follaje, y podía sentir ya como lo hipnotizaba su sonrisa, su mirada, hasta la forma de mover su mano para rascarse la nariz. Deseoso al observarlo, anhelaba que esa persona fuese el vehículo de su amor. Era perfecto para ser el refugio de su alma incendiada, que ya no podía estar solo en su cuerpo... ardía demasiado.
   Era torpe en sus movimientos, y tropezaba como un bruto, por el simple hecho de no poder quitarle la mirada de encima.
   Daba vueltas por el mismo lugar como diez veces, casi como un psicópata o como un astuto ladrón queriendo encontrar la ocasión exacta para atacar a alguna joven indefensa... pero no, era solo el amor que le hacía cometer esas locuras.
   Mientras se alejó un par de cuadras para evitar sospechas, y luego volver al sitio a mirarlo, se puso oscuro, las nubes opacaron el cielo y él, muy desabrigado, no tuvo más remedio que apresurar el paso para irse a casa y en el camino volver a enloquecerse con la figura de su amor.
   Llegó allí, y tapando su cabeza con su mochila, miraba como seguía ahí contemplativo bajo el refugio del árbol... y llovía tormentosamente, y luego ráfagas enormes no lo dejaban ver y la lluvia pegaba con furia.
   Bajó su brazo para mirar la hora, y vio agonizante, su querida sortija, empapada de agua, desarmándose entre sus dedos. Y no distinguía por unos segundos si era lluvia o tibias lágrimas las que rodaban por su mejilla. Miró hacia el árbol, y ya no estaba... seguramente era un amor hecho de papel y también lo deshizo la lluvia.
   Y caminó hacia su casa, triste, mezclándose con la lluvia que lloraba junto a él.

   Y mientras caminaba pensaba.... tal vez era así, todo en su vida era hecho de papel y todo estaba destinado a desvanecerse con el agua o el fuego.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Ángeles de la tragedia

   Era tan tierna verla ahí recostada sobre la cama, desnuda ante sus ojos, con sus pechos firmes y su delicada piel pálida que no tenía imperfecciones en todo su recorrido. Y ya no quería... era absurdo cumplir la tarea, después de esa noche, después de creer que estaba enamorado, y que le enloquecía su cuerpo, y que quería poseerla a cada segundo. Pero se lo merecía. Era una condenada ramera que se pasaba de casa en casa rompiendo corazones y encendiendo el fuego de la pasión en hombres solitarios cuya depresión era su única acompañante, y que luego no soportando su soledad se tiraban al vacío para ahogar sus penas.
   No creía lo que tenía que hacer, se sentía al borde del abismo, su corazón sufría taquicardia. Pero todo había sido planeado, y esa misma noche tendría que acabar con ella, en memoria de todas aquellas personas que sufrieron por su causa.
   Y pasaron segundos. Tomó el cuchillo que había dejado debajo de la cama, desnudó el pecho de la mujer y marcó imaginariamente el sitio donde debía envestir tantas veces como fuera necesario, y debía cerrar los ojos y no abrirlos por nada del mundo, aunque los gritos se lo rogaran.
   Probó el filo del cuchillo sobre uno de sus dedos y brotó sangre roja, espesa y brillante... no le había dolido tanto. Entonces pensó. Tomó coraje y la miró una vez más... la amaba, lo enamoraba su perfume, lo enamoraba sus ojos, su boca, su pelo, y estaba encantado por su belleza, era angelical ahí dormida junto a él y no quería desterrarla, no veía una vida sin ella. No podría ser capaz de hacerlo, debía cambiar los planes.
   Sin pensarlo mucho, besó su rostro, con la esperanza de que cuando despertase viera a su Romeo muerto, y angustiosa, tomara la daga que acabó con su vida y lo siguiera, acabando con la suya, para así volver a reencontrarse con su amado. Y tomó el cuchillo, con decisión, lo enterró velozmente sobre su propio pecho y sintió la amargura de la muerte y... la nada misma. Su rostro cayó encima del pecho de la mujer, pálido, con sus ojos negros y llorosos, y la sangre que fluía y fluía sin parar desde su pecho dañado por la daga del amor.

   La mujer desnuda abrió los ojos y con una mueca de alegría escupió sobre el difunto, alejó su cabeza con repulsión cubriéndolo con la sabana para no verlo. Se levantó, su piel se tornó negra y opaca, se acercó hacia la ventana, la abrió, y desplegó unas alas grises gigantescas, que agitó de arriba a abajo mientras se alejaba bajo el brillo de la luna llena, que había sido testigo de tan espantosa tragedia.
   Tal vez iría a disfrazarse, para buscar otra víctima al día siguiente.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Parálisis del sueño

   Cada noche la misma historia. Todo oscuro y yo ahí, postrado sobre la cama, esperando que todos mis músculos empiecen a temblar descontroladamente y sin razón alguna, que pasaba frecuentemente a la misma hora. Ya le había perdido el miedo, y ahora lo esperaba con desprecio y total falta de atención, evitando pensar que era parte de mi vida.
   Mi madre entró por la opaca puerta apenas visible, y con paso sigiloso, dejó un vaso de chocolatada en el velador, a la izquierda de mi cama. Estaba malhumorado, así que decidí cerrar los ojos y fingir que estaba dormido. Dejé caer unas lágrimas, no quería dormir temprano, pero debería hacerlo para evitar la serie de episodios que vivo regularmente. No era precisamente bronca lo que tenía, mmmm... si en realidad eso era.
   Con furia y totalmente descontrolado, aventé con mi brazo el vaso de chocolatada que había traído mi madre, que se hizo trizas sobre el piso de madera que cubría mi habitación.

   Pensaba en mi rutina de mañana.... bañarme, desayunar, luego ir a la consulta con el Dr. Stevez que no era más que discursos repetitivos sobre lo que me pasaba y de posibles soluciones tontas, lo consideraba totalmente innecesario. Hacia la tarde, consulta con mi terapeuta, que no hacía más que evidenciar lo absurdo de mi vida y taladrar mi cabeza con conceptos necios de autoestima. Suelo reírme mucho al recordarme, respondiendo sus preguntas turbias y fingiendo asentir sus consejos con aprobación.
   Recuerdo vagamente, que en una ocasión, mi terapeuta, sádicamente, refirió a mi idea de suicidio con una expresión soberbia y burlona diciendo: —Aunque intentes alguna vez cometer suicidio, será imposible que logres tu meta.
   Es que ante una situación tan estresante y desafiante, mi cerebro empezaría a generar alertas y mi epilepsia comenzaría en el momento exacto del episodio, haciendo imposible la culminación del acto heroico. De hecho, así resultó ser, cuando intenté digerir un gran puñado de pastillas, cuando intenté rebanar la vena de mi muñeca con mi navaja, y en el momento exacto en que quise, de alguna manera, meter los dedos en el enchufe... ninguna de ellas funcionó. Lo sé, soy poco original y no se me ocurrieron otras formas. Pero me cansé de intentar y de que no resulte.

   Si, así como lo piensas, mi vida es absurda, tristísima y vacía.
   Y entonces me resigné, a pasar otra noche solo, y cerré los ojos, e imaginé lo distinto que sería mi vida sin esta maldita enfermedad que me apresaba, que me impedía ser un ser social pleno, que me impedía sentir el enamoramiento, y que cada día crecía en magnitud y tapaba cada vez mas mi existencia por completo. Era un infierno, vivir bajo la agonía de un calor sofocante, que no lo provocaba el sol precisamente.
   Y mis ojos se cerraron por la angustia, y ojala no despertase, y ojala que muriera intoxicado por una nube radiactiva que entre por mi ventana, y ojala sea mutilado por algún ladrón que se intente llevar mi computador, y ojala que perros salvajes me devoren y se hagan un festín conmigo.
   Solo era cuestión de esperar, y que amanezca otro infernoso día. Y dormía, plácidamente a la espera del nunca jamás, del ya no ser.

   De pronto, despierto, desquiciado por la tragedia que me esperaba, si, mis días eran precisamente eso. Y era absurdo, pero no pude mover los brazos, ni mi cabeza, ni mis piernas, ni nada que fuera parte de mí. Pero aquí estaba, despierto, y escuchaba el cantar de los pájaros, y el martillar de los obreros junto a mi casa... pero no, ni mis ojos se abrían, ni mi boca, intente levantarme y nada. Veía la agitación dentro de mí, el palpitar veloz de mi corazón, pero no podía moverme, y escuchaba todo, y entendía todo... y otra vez dormí, agotado, de forma automática.
   Y desperté, nuevamente, aturdido por mis sueños, y si, otra vez se repetía.... era inmóvil. Ya no era gracioso, ya me espantaba la situación, y quise gritar, y pedí ayuda desde mi mente, más era todo silencio, e intentaba tumbarme, hacer algo de ruido... mas todo era en vano.
   Abrí mis ojos, al menos eso creí sentir. Vi a mi madre, entrando por la puerta, para despertarme como es costumbre. Todo estaba claro, veía los rayos brillantes del sol entrando por la ventana de cortinas blancas.
   Me miró con ternura, intenté decirle que estaba despierto, que me ayudase... mas no me escuchó, mi boca no emitía sonido alguno. Y cerró las cortinas de la ventana, seguramente para que ningún rayo de luz me evite dormir, y se retiró cerrando la puerta con cautela.
   —Mamaaaaaa! —grité, con todas mis fuerzas, casi hasta quedarme sin respiración.
   Estaba cansado y volví a dormir.... y desperté luego, y me aterré. Lloraba por dentro, si, se que lloraba, sentía esa angustia que sentía en cada intento de suicidio.
De pronto sentí a mi cuerpo moverse descontroladamente y lo vi, agitándose como olas enfurecidas. Otro de mis episodios estaba ocurriendo. Y en un estruendo que pude escuchar claramente y pude sentir de manera violenta, me vi boca abajo, tirado en el suelo. Vi los cristales rotos, del vaso que había roto por la noche, me sentí mareado. Y sentí los gruesos y grandes trozos de vidrio sobre mi abdomen, e intenté levantarme, pero no pude.
   Pasaron eternos minutos intentando resistirme al estar atrapado y dormido, debilitado, sin fuerzas, ni siquiera para intentar lo imposible. Y miré hacia el piso, estaba cubierto de rojo... si, era sangre, y parecía ser que salía del molestoso ardor en mi abdomen.
   Y escuchaba el tic-tac del reloj, y quería temblar de miedo, pero tampoco podía, y me convencía de que era un sueño... pero era demasiado real y tenebroso. Y dios.... la sangre aumentaba, casi era un rio de agua colorada que cubría mi habitación, y me sentí mareado, casi shockeado. Y no podía hacer nada.
   No pude evitar pensar que esta era la salida que necesitaba, que aunque era terriblemente temeroso, fue lo que siempre desee.
   Escuchando a los pájaros, y la música rockera de mi hermano a lo lejos, sentí como el corazón paraba de latir.
   Y dormí otra vez, y jamás desperté.